Antonio Pérez Collado, CGT País Valencià i Murcia
Parece que hay unanimidad en los medios a la hora de comentar las medidas anunciadas por Pedro Sánchez durante el debate del estado de la nación. El giro a la izquierda ha triunfado como titular en la mayoría de crónicas, con la excepción del periodismo más neoliberal para el que cualquier norma que pueda amenazar, aunque sea vagamente, los beneficios del gran capital genera una campaña furibunda de alarmismo y acusaciones al gobierno de extremista y enemigo absoluto del libre mercado.
Desde el entorno socialista ha surgido alguna voz autorizada que ha venido a corregir a quienes, con más entusiasmo que argumentos, dan por hecho ese supuesto giro a la izquierda. El razonamiento de un destacado dirigente ugetista, por ejemplo, pretende avisarnos del error cometido, porque si afirmamos que el gobierno progresista gira a la izquierda damos a entender que hasta ahora no caminaba en esa dirección; ruta por la izquierda que para este sector, incondicional del partido del puño y la rosa, está fuera de toda duda a la luz de las medidas que el ejecutivo de Sánchez ha venido tomando desde su nombramiento.
Alejados, que no equidistantes, de esas dos reñidas posturas; la que ve mal todo lo que haga el gobierno (al que recuperando la terminología de sus abuelos falangistas llaman rojo) y de la otra, la de los seguidores del viejo izquierdismo “manque pierda”, hay algunas opiniones más, otras posturas discordantes, que rara vez llegan a los debates de la televisión o los editoriales de los principales medios escritos.
Forzosamente tenemos que coincidir en que el PSOE no ha dado ahora un viraje repentino a su rumbo como partido de un progreso matizado; eso es cierto porque esa ruta, muy alejada de los postulados de Carlos Marx y hasta de Pablo Iglesias (el de antes) la vienen manteniendo los gobiernos socialistas desde el presidido por Felipe González al actual con medidas tan poco sospechosas de obreristas como los Pactos de la Moncloa, la entrada triunfal en la OTAN, la reconversión industrial y las privatizaciones o unas reformas laborales y de pensiones que al mismísimo PP le deben haber encantado tanto como las suyas propias.
Con esos antecedentes las medidas aplicadas para intentar paliar los efectos de la pandemia y desacelerar la escalada de los precios hasta pueden parecer realmente progresistas. Es cierto que para los millones de familias que las pasan canutas para llegar a fin de mes cualquier ayuda, por simbólica que sea, supone un pequeño y pasajero alivio. Pero, a la espera de ver cómo se aplican esos impuestos a los beneficios extraordinarios de la banca (que nos siguen debiendo más de 60.000 millones de su rescate) y las grandes eléctricas (que se están forrando con nuestra crisis) el resto de medidas han consistido en subvencionar temporalmente algunos productos (combustibles o bonos transporte) y reducir el IVA en otros, de tal forma que el total de coste lo asumen las arcas públicas, las que sufragamos entre todos, aunque no todos contribuimos en la misma proporción.
Y que conste que a los críticos con el actual gobierno nos habría gustado un verdadero giro a la izquierda; pero para merecer ese calificativo el giro tendría que haber incluido la derogación de la ley Mordaza y las reformas laborales de unos y otros, el cierre de los CIE y un trato más humano a migrantes y refugiados (no sólo a los que vienen de Ucrania), mejorar salarios y pensiones mínimas con revisión equivalente al IPC real, adelanto de la edad de jubilación en lugar de retrasarla a los 67 años y acabar con el despido fácil y barato. O, al menos, haber cumplido con el propio programa electoral socialista.
Lamentablemente, desde posturas independientes y objetivas, podemos ver la diferencia entre un verdadero cambio de rumbo y unos retoques de emergencia para tranquilizar a los socios de gobierno, amortiguar el malestar social y de paso frenar la pérdida de apoyo electoral.