Antonio Pérez Collado, Confederación General del Trabajo País Valenciano y Murcia
Un nuevo escándalo ha venido a agitar las turbias aguas de la política española. Cuando aún no se han aclarado muchas de las tramas de corrupción de las últimas décadas, que afectaron principalmente al PP pero sin dejar indemnes a los socialistas o a los nacionalistas vascos y catalanes, un nuevo episodio de presuntas prácticas corruptas vuelve a salpicar a uno de los dos grandes partidos parlamentarios; en esta ocasión al PSOE, aunque ellos aseguran que el caso no va más allá del diputado Fuentes Curbelo; o exdiputado, como se apresuran a matizar sus antiguos compañeros.
El caso Mediador (o Tito Berni, si lo prefiere el lector) tiene todos los ingredientes para encadenar una sucesión de denuncias al bando contrario, acusaciones desesperadas, desmentidos con las patas muy cortas, torpes disculpas, silencios cómplices y, sobre todo, chistes. Muchos chistes. Y no es para menos, puesto que la historia tiene todos los componentes clásicos del más puro esperpento nacional: políticos, empresarios, drogas, puterío y hasta un general de la Guardia Civil.
En las antípodas de lo que pudo representar el lema de «Sexo, Drogas y Rock and Roll» a finales de los años 60 del siglo pasado -que dio nombre posteriormente a discos, libros y algún documental y supuso una ruptura juvenil con el viejo mundo en las ideas, la música, el arte y las relaciones sexuales- el caso Mediador podría ser el «Sexo, drogas y prostitución» del sector casposo y machista del capitalismo hispano, que cierra sus oscuros negocios con una barra libre de alcohol de alta graduación, putas de lujo y puros habanos.
Con independencia de que mientras no haya unas condenas firmes estamos en la compleja fase de lo presunto, lo cierto es que con este enésimo caso de malas prácticas en la política se ahonda un poco más en el desprestigio de una profesión generosamente pagada y en la que tan poco espíritu de sacrificio por el bien común se demuestra.
Cuando seguimos viendo ejemplos de dignidad, entrega y abnegación en profesionales mucho peor retribuidos (como sanitarios, enseñantes, bomberos, pequeños agricultores, trabajadores de limpieza, etc.) indigna que gentes que cobran mucho más y disfrutan de grandes privilegios no se conformen con el elevado salario que perciben de las arcas públicas y caigan en prácticas delictivas para engordar sus cuentas corrientes y su patrimonio.
Aunque pocos países se libran de la corrupción de sus manzanas podridas, en el caso español parece que esos «casos aislados», que siempre son censurables si se dan en el partido rival, se producen con una frecuencia alarmante. Centrándonos sólo en la etapa de la Transición podemos encontrar varios centenares de casos de lo más estrafalario e inmoral que afectan a prácticamente a todos los partidos del arco parlamentario y a numerosos bancos y empresas.
De los turbios negocios a la sombra del poder socialista de Luis Roldán y Juan Guerra, al caso de la cooperativa ugetista PSV o las tarjetas black en Caja Madrid y los ERE de Andalucía, por el lado del PSOE, podemos pasar a la larga lista de asuntos propios que afectan al PP: Bárcenas, Azud, Erial, Gürtel, Imelsa y bastantes más. Y, como decíamos más arriba, tampoco son moco de pavo casos como los llamados Balenciaga y Epsilon, del PNV, o los del 3%, Banca Catalana y Palau de la Música de la disuelta y reconvertida CiU.
En resumen, y dando la vuelta a las estúpidas explicaciones de los líderes de los partidos, podríamos concluir en que estamos ante un aluvión de casos aislados que se han convertido en un mal endémico para el país; al menos para la gran mayoría que se gana dura y honradamente la vida.
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