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Antonio Pérez Collado, Confederación General del Trabajo País Valenciano y Murcia

Cuando la izquierda parlamentaria se enfrenta a unas elecciones para las que sigue sin tener un programa ambicioso, al tiempo que creíble, capaz de ilusionar a los sectores dispersos y desconcertados de lo que un día fuera la clase trabajadora, lo más socorrido para sus agotados pensadores es repetir su apelación al miedo. Los dirigentes de lo que ahora se llama progresismo parecen asumir que sus promesas tienen muy poco tirón y se limitan a intentar movilizar el voto útil como antídoto contra el avance de los partidos de ultraderecha. Es, simplificando un poco los procesos mentales, aquello de «o nosotros o el fascismo»; la clásica advertencia sobre la inminente llegada del temible lobo de la popular fábula atribuida a Esopo.

Juegan a ganarse el apoyo social en las urnas no con propuestas de cambios profundos, sino inculcando el miedo a que lo que viene sea peor que lo que nos queda después de sucesivos recortes y privatizaciones, unos retrocesos a los que esa izquierda y sus aliados sindicales no son del todo ajenos. El problema es que esa amenazante derecha ultra también basa su programa (por llamarle de alguna manera) en agitar los temores que angustian a las gentes con menos recursos: miedo a un futuro incierto, a la falta de empleo y vivienda, a la delincuencia, a la inmigración, a la guerra, a la llegada de personas con otras culturas, etc.

Poco importa que los mensajes racistas y xenófobos que se lanzan en los medios y las redes sociales no tengan ninguna base empírica; lo fundamental es que cada una de esas mentiras se repita hasta la saciedad. Aunque sea más falso que una moneda de madera, para mucha gente los inmigrantes viene a quitarnos el trabajo (y sobre todo las ayudas sociales), los de fuera tienen mayor inclinación a la delincuencia que los locales, los extranjeros reciben unas pagas y unas viviendas que se niegan a los españoles y mil barbaridades más.

De nada sirve explicar con datos contrastados que la llegada de trabajadores extranjeros es una necesidad para las economías europeas, que sus aportaciones a la arcas públicas son imprescindibles para el mantenimiento de las pensiones públicas, la sanidad y la educación. Tampoco se tiene en cuenta que los trabajos que «nos quitan» los que llegan de fuera -huyendo de la miseria, como hemos huido durante siglos millones de españoles- son precisamente los que no queremos realizar los de dentro (construcción, hostelería, servicio doméstico, agricultura, atención a personas mayores, etc.) o que aquí siempre hemos contado con abundantes delincuentes (tanto de guante blanco como raterillos de poca monta) sin necesidad de recurrir a profesionales foráneos.

Pero, claro, esa transformación de unas clases populares – combativas, organizadas y solidarias como llegamos a tenerlas al final de la Dictadura y los primeros años de la Transición- en una sociedad de individualidades aisladas, competitivas, insolidarias, consumistas y sin ninguna referencia de clase o identidad colectiva, no ha sido casual ni ha llegado de un día para otro. Ese cambio obedece a una estrategia de los poderes económicos y políticos que marcan nuestro destino.

Han sido necesarios muchos años de mensajes desmovilizadores y conformistas, lanzados desde los medios de comunicación y no desmontados desde el sistema educativo y el tejido social, para llegar a la situación actual de sumisión, derrotismo y desconcierto en que vegeta lo que fue la reivindicativa e internacionalista clase trabajadora, postración que está facilitando a las castas adineradas el robo de todos los derechos y servicios que tras largas y duras luchas se habían arrancado al capital.

Evidentemente no todo está perdido ni todo el mundo se da por derrotado. Grandes huelgas obreras se producen hoy día, sobre todo en los países en desarrollo a los que el capital ha deslocalizado sus fábricas. Y en nuestro mundo, el mundo desigualmente rico, son innumerables los movimientos que luchan con fuerza e ilusión por cambiar el mundo: feminismo, vivienda, solidaridad, ecología, antimilitarismo… Si la izquierda abandona sus ideales históricos, siempre quedará gente dispuesta a recogerlos y defenderlos de nuevo.

Antonio Pérez Collado

CGT-PV y M

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