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Texto: Ángeles Sanmiguel

“Hay que hacerse oír, hay que plantarse en el Ayuntamiento, se persigue que sea un gueto, nací aquí y de aquí no me van a sacar” declaraba irritada una vecina del denigrado barrio de Orriols en el que las intervenciones policiales van en progresión por la frecuencia  y dramatismo de  sucesos que incomprensiblemente no se atajan de raíz. “¿Qué medidas se van a tomar?”. Amenazas de muerte, violaciones, incendio  de contenedores, robos, violencia contra personas mayores, atracos a comercios, suciedad, vandalismo  en grado sumo, terror, miedo a transitar por ciertas calles y horarios, peleas entre bandas, fogatas en parques, incivilidad como señalamiento territorial de ralea, peligrosos enganches a la luz, ilícitas ocupaciones. “Esto parte de la inseguridad jurídica”. ¿Harán efectiva por parte de Servicios Sociales la asistencia resolutiva a persona desalojadas voluntariamente? ¿Por qué se ha llegado a este punto de gueto neoyorquino “Bronxiano” en el que  como  en el denominado “Cartucho” colombiano se instaura el terror y la eliminación de residentes titulares de viviendas? “Asociaciones vinculadas viven de esto”  añadía  la misma  asistente a la concentración convocada en protesta por la angustia cada vez más supina que soporta el vecindario nativo, todas esas personas  de edad avanzada  que conocieron  la época  en la que Orriols era como un pueblo donde todo el mundo se conocía. La zona denominada Barona, topónimo  homónimo al arquitecto  que  firmó  el proyecto de viviendas populares a principios del siglo veinte,  preponderaría sobre la histórica de hecho en la línea de autobús, por aquél entonces, no ponía en su frontis Orriols sino Barona. Ahora  el virus  de la droga  ha vuelto a infectar la zona  con mayor incidencia que antaño atisbándose en paralelo movimientos inmobiliarios de calibre, la adecuación de bajos turísticos e ilícitas especulaciones habitacionales.

“En cuatro años se vivirá mejor, es un proyecto personal” declaraba  la actual alcaldesa de València refiriéndose a Orriols durante su reciente visita  a los aledaños para inaugurar una de las veintiuna fuentes públicas de agua fresca con doble filtración y desinfección ultravioleta. Muchas personas  que han crecido  en este barrio, tras dicho cuatrienio, ¿vivirán aún en Orriols?  Se prometen remodelaciones y reurbanizaciones, siempre se promete, una y otra vez, se promete y promete cuanto sea preciso en el momento oportuno pero en este luctuoso caso cabe preguntarse, ¿a qué  tanta dilación para intervenir en lo que como designaría el ominoso expresidente norteamericano George Bush hijo: “el eje del mal”, sofocando su mortal deterioro? Engorroso es el trágala para cualquier responsable institucional cuando sabe de aniquiladores intereses subterráneos que van en contra de la sana convivencia ciudadana aunque “voy con ello, pero es demasiado burdo” (frase para la ignominia democrática). ¿Cuatro años? de ser efectivo el plazo, son demasiados años para una generación que hizo posible la convivencia comunitaria viviendo la senectud donde  se criaron, mujeres y hombres despiadadamente rodeados de violencia y suciedad. Cuatro años en los que muchos familiares presionaran por trasladar a sus mayores arrancándolos de sus raíces por pavor a la barbarie que, tal parece,  aún no es el momento de eliminar, también familias con hijos e hijas menores plantean el traslado. ¿Vaciado por  ineficacia programada o desidia? Droga, bandidaje y amedrentamiento no tienen freno. ¿Todo por la reconversión?  Marco Valerio Marcial (3,52), poeta romano de origen hispano, escribe sobre los incendios en la Antigua Roma: “¿No puede parecer que tú mismo has provocado el incendio?”. Por su parte el también poeta romano Décimo Junio Juvenal, (3, 193-201), dictaminaba: “Se necesita vivir en un sitio donde no haya peligro de incendio, ni ningún motivo de temor por la noche”.

“Aquí lo que hay es mucha droga y delincuencia, esto se tiene que acabar de una manera u otra, por esta zona la mayoría se dedica a la delincuencia y la droga, tirar a los ocupas yo creo que sí podrían hacerlo, que hagan pisos sociales”. ¿Por qué conociendo a individuos fichados policialmente acusados por  amenazar de muerte a personas del vecindario, a identificados pandilleros y maleantes de todo pelo se les deja instaurar una peligrosa marginación en Orriols-“Barona”? ¿Importa la ciudadanía que padece los nefastos y devastadores efectos secundarios de toda gentrificación o son meras cifras? Costosísimos vuelos de helicópteros vigilantes crean ilusión de eficacia y seguridad, pero, ¿qué mejora después de la ronda aérea?  Orriols va directo  al colapso vecinal si se sigue emponzoñando el entorno. ¿Qué hay tras las medias tintas del mensaje oficial? Platón, filósofo de la Antigua Grecia, apuntaría: “Si se interroga a las personas planteando bien las preguntas, descubren por sí mismas la verdad sobre cada cosa”. Alba de veintitrés años  reside en el barrio, “lo eligieron mis abuelos” ante el giro tomado por los más recientes y fatales sucesos confiesa que el meollo radica en  que “aquí se pueden drogar”, “tanto que han prometido, ¡que se pongan las pilas! con Compromís estaba mejor el barrio, no creo que el gobierno de ahora se preocupe por los temas sociales”.  La otra cara es la zona de Alfahuir  donde se nota que hay “un poquito más de dinerito en la cuenta”. “Creo que vienen aquí porque no hay pisos asequibles y vienen aquí porque es un gueto ahora mismo”. La joven Alba considera que la infancia al crecer en un barrio proletario, claro está sin violencia, puede “vivir otras realidades” facilitándole el que “vean lo que existe”, ella, al igual  que la totalidad de residentes ancestrales, ama a Orriols, “no me quiero ir, me gusta mi barrio”, pero reconoce, entre otras muchas puntualizaciones, que “falta servicio a nivel limpieza, eso es lo primordial, que el pequeño comercio no va a delante, que al hogar del jubilado no van por miedo y que han suprimido una parada del once (línea de la Empresa Municipal de Transporte-EMT) y se tienen que ir  al parque que está hecho una mierda o en pleno barrio (si quieren apearse)”.

“¡Orriols, ni un paso atrás!”. “¡Con delincuencia, no hay convivencia!”. “¡Pretenden tirarnos de nuestro barrio, tenemos derecho a vivir, que se dejen de palabras huecas las administraciones, no nos vamos a rendir, ni un paso atrás!”. “Orriols, por un barrio digno, soluciones ¡ya! Cacerolas y sartenes resonaron  en la concentración  mientras un cordón policial resguardaba  a manifestantes de posibles reacciones de las narcomafias y de las tramas especuladoras que alquilan  a familias  sin solución habitacional viviendas ilegalmente asaltadas. 

Un número bastante  relevante de organizaciones, asociaciones y colectivos sociales se han afincado en el barrio. “Se ha acordado que Orriols contará con un centro de servicios sociales exclusivo para el barrio”, también parece viable la implantación de una oficina policial y en palabras de la actual alcaldesa: “ya se han realizado actuaciones para evitar la ocupación ilegal, que están coordinadas con los cuerpos de seguridad del Estado para mejorar la convivencia y que trabajan en proyectos urbanísticos y sociales”. El pueblo  está  harto  de pasar miedo en las calles de su barrio sobre todo al oscurecer y en días festivos. “El individuo que no se interesa por sus semejantes es quien tiene mayores dificultades en la vida y causa las mayores heridas a los demás. De esos individuos surgen los mayores  fracasos humanos” sentenció el médico y psicoterapeuta austríaco Alfred Adler. Personas que han invertido sus ahorros e hipotecado por comprar una vivienda  en Orriols se resisten a las medias tintas demagógicas mientras asesinatos, violaciones, robos, peleas con arma blanca les rodean y, paso a paso, destruyen el hábitat de las casi diecisiete mil personas censadas. “Yo estoy pagando como de primera, vivo aquí hace cincuenta años” declara otra vecina, “más derecho fundamental que a la vida no hay nada, aquí a las siete de la tarde están de crack hasta los ojos”.

“Vivo aquí desde que nací”, Teresa duda que la degradación pueda esconder bullyinginmobiliario  a gran escala aunque “puede que a la larga sea eso pero no lo vemos”, lo que sí es palpable es el trapicheo, “la gente que se dedica a la venta de droga quieren que nos vayamos, pero no lo van a conseguir”. Hay jóvenes que se trasladan a esta zona por el precio de los alquileres y la buena comunicación con  el Campus dels Tarongers de la Universitat de València,  aunque  reconoce Teresa que “es menos probable que la gente quiera venir aquí a criar a sus hijos”. Victoria también ha residido en Orriols durante treinta años  su madre sigue en el barrio, “me da mucha pena y mucha rabia el abandono por parte  de la Administración, de ser casi un pueblo a perderse todo el comercio local y la vecindad, me he ido a propósito y no quisiera que mi madre viviera aquí”, valora “el barrio que era y no el que es ahora” demandando “más control policial y que la gente que delinque no se sienta impune”, desestima la extorsión organizada financiera e inmobiliaria señalando al “gamberrismo que es al cien por cien”. Islas de contenedores de basura han ardido  “lo hacen como una gamberrada que se les va de la mano”,  de existir gentrificación sería “a veinte años vista, quizás, dentro de una generacioncita”.

“¿Por qué una persona de tal peligro estaba suelta, quién ha sido?” se cuestiona otra mujer tras conocer que habían detenido  al supuesto causante de los incendios que han calcinado  coches, motos, persianas metálicas, toldos y ahumado fachadas algo de lo que no se hará cargo el consistorio siendo el inquilinato quien pague reparaciones y, claro está, no lo satisfarán los bancos propiciadores del problema mediante implacables desahucios y abandono de los pisos incautados. Ramón Folch ecólogo y docente escribe: “Propugno  que se aborde abiertamente  el interiorismo de exteriores (que quizá, de forma simétrica  se podría denominar “exteriorismo”, ¿por qué no? (…) se han hecho progresos en el tema del mobiliario urbano –aunque los contenedores de basura siguen clamando al cielo”. Miles de personas en Orriols  se encuentran en igual situación  que aquel policía protagonista de una historia real relatada por Rafael Jiménez, inspector del Cuerpo Nacional de Policía y diplomado  superior en Criminología, para el libro coral “España negra”, que describe su nuevo destino de la siguiente manera: “Me sentía como si me hubiera despertado en cualquier país en guerra, como si mi cerebro hubiera iniciado un lento proceso de aceptar lo que no quería aceptar”

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