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La monarquía española agoniza. El calvario empezó con el caso Noós, luego se cobró la vida
de un paquidermo botsuano y terminará sentenciada por Corinna y los millones saudís.
Los últimos escándalos hacen tambalearse a una institución construida, como un castillo de
naipes, sobre el mito de la transición (Gallego, 2008) y el cuento del 23F, cuando el rey dudó (de
Silva, 1996).
La prensa internacional quiere cobrarse una pieza de caza mayor y Juan Carlos de Borbón
está a un tris de sentarse en el banquillo de los acusados, falta saber en qué país. Primero fue
el Tribune de Genève quien desveló que el rey emérito escondía 100 millones de dólares en
Ginebra. Dinero que, al parecer, le donó en 2008 el rey de Arabia Saudí, Abdulá bin
Abdulaziz. El tirano recibió a cambio el Toisón de Oro.
Días después, The Daily Mail se hizo eco de la denuncia de Corinna ante la justicia británica
por presuntas amenazas del emérito. Una complicada historia de amor que el dinero, como
siempre, terminó por estropear. Pero el Premio Pulitzer será para The Telegraph, tras destapar
que Felipe VI es beneficiario de la fundación que recibe comisiones saudís.
En Zarzuela y Moncloa debieron saltar las alarmas. En pleno tsunami sanitario por la
COVID, compareció el rey, el nuevo, para anunciar que renuncia a su herencia y que retira
la paguita de 200.000 euros a su padre.
Tras la trama acechan la fiscalía helvética, la británica y la del Supremo en España.
Imaginamos a Juan Carlos pasmado ante el revuelo desatado por unas minucias, cuando su
fortuna, según The New York Times, asciende a 2.300 millones. Riqueza amasada tras años de
arduo trabajo, suponemos, al margen de la jefatura del estado.
El tema es peliagudo, no hay duda, porque afecta a los cimientos del régimen. A golpe de
escándalos económicos, se empiezan a escuchar voces críticas con la monarquía restaurada
que se fraguó en la leyenda de la democracia regalada al pueblo. El propio Juan Carlos echó
mano del argumento tras abdicar: “La Transición que Adolfo y yo impulsamos” (El País,
23/3/2014).
La perspectiva que nos da el tiempo, sin embargo, nos ayuda a entender mejor “un proceso
político construido sobre la impunidad y el olvido” (Espinosa, 2005) que concluyó con “la
autorreforma del franquismo” (Vidal-Beneyto, 1980). En definitiva: “Una Transición de risa”
(Fontana, 2000).
El asunto, como era de esperar, aterrizó en el Ayuntamiento de Alcoi a colación de una placa
conmemorativa de la visita de Juan Carlos en 1976, que preside la escalinata del consistorio
junto a L’arrastrà de Pelletes de Ramón Castañer (sin relación aparente). La portavoz de
Guanyar Alcoi, Sandra Obiol, pidió la retirada (de la placa, no del cuadro) en señal de protesta
por las presuntas fechorías relatadas.
El problema es que en el pleno de nuestro Ayuntamiento hace años que no existe ningún
tipo de debate. Quien ejerce de hecho el mando, a pesar de no ostentar la vara, tiene una
peculiar visión de la política. Y aunque el viernes se destapó como un ferviente monárquico
leal a Juan Carlos, aplica el modelo caciquil de tiempos de Alfonso XIII. En cinco minutos
dio carpetazo al tema entre insultos y gritos. Y, tras argumentar que “la sociedad evoluciona
socialmente”, finiquitó la arenga con un “¡Yo soy de Jordi Martínez!” que bien pudo ser un
“¡Muera la inteligencia!”.

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