Acudimos por nuestros propios medios, sin subvenciones, sin instrucciones y únicamente con lo puesto, a sitios dispares (Nicaragua, Palestina, Sáhara, Mali, El Salvador, Guatemala, Kurdistán, Colombia, Chiapas, Grecia ….) no con la idea de salvar nada y a nadie, no con las intenciones de decir que deben o no deben hacer, no con un catálogo de preguntas con sus respuestas, sino con el simple objetivo de que nuestra presencia les haga ver que alguien se acuerda de su situación, participar de sus luchas, de que se den cuenta que ser blanco y occidental no es sinónimo de rapiña y depredación, acudimos con la idea de entregar y recibir un poquito de comprensión y calor humano, de aprender otras formas de vivir, relacionarse y organizarse.
Una parada más. Un conflicto más. Miles de sufrimientos más.
Cabría pensar que es lo normal en este mundo tan desigual, tan injusto, tan tensionado, tan deshumanizado.
Pero que nadie se engañe. Por muchos «paradas» efectuadas, por muchos «conflictos» vividos, por muchos «sufrimientos» compartidos, uno no termina de acostumbrarse, nunca deberíamos acostumbrarnos a la injusticia institucionalizada, al abandono como táctica, al desprecio como castigo, a la depredación como recompensa.
Todo lo contrario.
Por cada «parada», por cada «conflicto», por cada «sufrimiento», nos llevamos un pedazo de sus vidas, de sus costumbres, de su resistencia, de sus penurias, de su cultura,….. y todo eso, al regresar al «Norte», de donde procedemos, nos acompaña cada día, impidiendo que vivamos como si nada hubiera pasado, como si nada hubiéramos visto, como si con nadie hubiéramos hablado, como si el sufrimiento visto no existiera,…. Tratamos de evitar, siempre con dificultades y cierto fracaso, que la vuelta a «la estabilidad y el progreso», nos lleve a construir una coraza que nos vuelva amnésicos e indiferentes.
Me resulta inevitable recordar continuamente cada cara que vi, cada mano que cogí, cada piel que toqué, cada mirada que recibí, cada casa/choza/jaima/chamizo que me acogió, cada comida que probé, cada sonrisa que me dedicaron, cada ayuda que tuve cuando la necesité,…… Y no creo que esto cambie con el tiempo.
En estos momentos en que la solidaridad en general (y sobre todo la internacional en particular) está tan devaluada, cuando tanta opinión superficial se centra en repetir machaconamente que bastantes problemas tenemos aquí como para andar ocupándose de otros, es el momento de plantarse y responder. Responder que los problemas que tenemos aquí, no son por falta de recursos o falta de personal. Son problemas derivados de una voluntad política que asume un sistema donde unos pocos acaparan poder, riquezas y privilegios de forma continua e ilimitada.
¿ Porqué apenas se habla de la dramática situación en que malvive medio mundo ? ¿ Porqué se ignora el debate sobre cómo afecta a ese medio mundo nuestra forma de vivir, de consumir, de contaminar, de viajar ? ¿ Porqué el tratamiento informativo es diferente según se trate de entornos o problemas «occidentales» o del «Tercer Mundo» ? Me pregunto si hay respuesta a estas preguntas. Hablo de respuestas lógicas, coherentes, ajustadas a la realidad. No hablo de respuestas ambiguas, interesadas, diplomáticas o políticamente correctas que sólo persiguen no abordar los problemas y diferirlos hacia un futuro que nunca llega.
Acercarse a la «solidaridad sin retorno» requiere un alto grado de empatía, desprendimiento, respeto y sensibilidad cosa que a muchos, más bien, les pudieran parecer señales de debilidad y vulnerabilidad, pero quienes hemos experimentado esas sensaciones, sabemos que, simplemente, nos convierten en mejores personas, porque a mi (e imagino que a tod@s), también nos gustaría, llegado el caso, tropezar con personas empáticas, desprendidas, respetuosas y sensibles.
Normalizar el sufrimiento, el desapego, el abandono y la indiferencia hacia medio mundo, nos lleva a una deshumanización, que, aunque no nos demos cuenta, también afecta a nuestra forma de vivir y relacionarnos, arrinconando emociones, abandonando amistades, sintiéndonos temerosos, perdiendo espiritualidad, cultivando la desconfianza y ahondando en el individualismo.
No debería llegar el momento de nuestra vida en que nos tengamos que arrepentir por no haber hecho lo que en el fondo, por sentido común, por humanidad, tod@s sabíamos que había que hacer, evitando así, que nos asalten dudas sobre si lo intentamos, o teniéndonos que ver en la tesitura de decir, lo siento.
Por experiencia propia, puedo decir que ser «solidario sin retorno», te hace confiar en la vida, proporciona multitud de
experiencias, sensaciones y conexiones con personas y lugares que constituyen una plataforma donde agarrarse, una base firme en que sostener la construcción de un mundo diferente, un mundo donde queden desterradas tantas injusticias, tantas desigualdades y tantas iniquidades como las que vemos cada día con total normalidad.
SOLIDARIOS SIN RETORNO
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