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Los vientos que soplan

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“¡Debemos hacer ciencia para instituciones públicas! para dar un servicio público, el cambio climático es algo inequívoco” esgrimió el científico villenero y corredor de montaña César Azorín Molina coordinador del Laboratorio del Clima, Atmósfera y Océano (Climatoc-Lab) del Cide. “¡Tenemos que pasar, en todas las escalas, a la acción!”, la contaminación atmosférica por dióxido de carbono “batió records el año pasado, no se conocen precedentes” siendo, así mismo, el de mayor temperatura oceánica. “Cambios sin precedentes desde mil novecientos cincuenta”, acontecen y “la comunidad científica  ha olvidado un elemento clave,  que es el viento, en la dispersión  de los contaminantes”. Epifanía aceptada por profesionales concienciados es la adopción de un plan, “hemos intentado por nuestra cuenta desarrollar investigaciones”. Voluntad y propósito son clave para la consecución de metas aunque, como en todo estamento con muchos despachos de por medio, conlleve conversar hasta el patatús y sufrir el habitual  ninguneo.  Hoy en día, con los vientos que soplan y con los que se avizoran, está claro que nada favorable madurará para el pueblo en base  a esa denominada épica de la grandeza humana sujeta a la temporalidad e intereses de sociedades cada vez más huracanadas. Citando conclusiones referidas al poeta romano Virgilio, autor de la Eneida, obra salvada por sus amigos incumpliendo el póstumo deseo del autor: “Las cuerdas de su lira no vibran  al soplo del Céfiro (viento del oeste-poniente)”, por ello, en política y otros gozos y sombras, no vibrar con la ventisca partidista (sea de Tramontana -“la tramontana perdía fuerza”, un viraje “asociado al,  aumento de las brisas marinas”-, Gregal, Levante, Marín, Ostro,  Abrego, Poniente, Mistral)  o con Eolo (dios de todos los vientos) es harto arriesgado e incluso letal.  Tornados o tifones mediáticos soplan en un pispas trasportando a la calle vendavales de azuce tormentoso tan eficaces para poderes y absolutamente mareantes para el pueblo Tormentas secas de verano toman protagonismo en la cartografía climática a todos los niveles y, “el reventón”,  trágicamente  conocido por  el desastre ocurrido durante  el Festival Medusa de Cullera  en el año dos mil veintidós, corrobora la desigual distribución y las series temporales de viento focalizando su dramática incidencia en un punto.

Como en todo espacio, “los agresores también tiene su función” y así “se legisló para la reducción del azufre” en combustibles utilizados para el transporte marítimo  y la consiguiente regulación de dicho tráfico. Cuando “en invierno  nos llega una borrasca y nos limpia” todo toma otro cariz, ese gran barrido de toxicidades en su ambivalencia también arrasa. Hay zonas en las que va a aumentar el viento y hay en las que, hipotéticamente, va a descender aunque estos cambios no van a ocurrir en todo el planeta lo que sí se confirma es que existe un “aumento  de la temperatura del mar”. Vientos y política pueden  mejorar o empeorar la existencia, “los vientos rectilíneos, muy severos” tienen sus homónimos en dictaduras y teocracias donde estrictas normas autocráticas aniquilan. “No hay muchos estudios sobre los cambios de la redirección  del viento”, cabe señalar que el redireccionar  siempre conlleva traumático dominio cuando no desgracia total del elemento subyugado mutando su esencia en furor. El viento “es una laguna de conocimiento, la ciencia es clave  para reducir las incertidumbres en los cambios de los vientos”. ¿Acaso en España la ciencia  puede ser una forma de vida  solvente cuando ni tan siquiera existen proyectos  en continuidad que no sean  los patrocinados por estamentos extranjeros o firmas comerciales? ¿Temporalidad tanto en la ciencia nacional como para profesionales extranjeros solicitados por colegas nativos? ¿Cuánto tiempo han de esperar  para lograr  regularizar  sus estancias científicas  en España? En paralelismo cabe preguntarse ¿cómo profesionales de los poderes han logrado la alquimia idónea por la que convertir en provechosos ciclones financieros los servicios públicos básicos, en aluviones los desahucios, en ventiscas las aniquilaciones  medioambientales, en tempestad los abusos, multas y sentencias  para con la disidencia cultural e incluso investigadora? “El viento, el elemento olvidado del sistema climático”  se titulaba la plática donde el joven disertante aclaró, entre otras muchas agudas informaciones, que “los vientos locales se desarrollan cuando tenemos altas presiones”, tal vez por eso, en política, los gobiernos locales se crecen  cuando ven que en la matriz de otros grupos surgen apreturas, relevantes tensiones y, perceptiblemente, “la sensación es de más bochorno”. A “mayor estabilidad” se “generan cambios” y eso ¿a quién, además de al pueblo, puede  satisfacer?

Al igual  que con los vientos, cuando llega “el aire tropical de África”, a pesar de los intereses  que movilizan la xenofobia encarnizada, el conjunto de la sociedad “se estabiliza”, no hay que olvidar que España está en declive de natalidad y, aunque la Inteligencia Artificial elimine mano de obra, la clase obrera es el tesoro del sistema  y, natalidad y trabajo, son trasfronterizos. Si dos gases como el oxígeno y el hidrógeno  dan lugar  a un líquido, algo totalmente  distinto  a sus propias naturalezas, ¿por qué duele  tanto dejar esa nube gaseosa del bipartidismo y el machaque de la  inmigración  para dejar fluir  un nuevo elemento? ¿Hasta cuándo seguir disimulando la turbulenta corrupción a base de “tormentitas” mediáticas?  esa es la tramontana que se cuela por debajo de las puertas, que bate irritablemente contraventanas, que enferma y desgarra. Prologa el psicoanalista y exdirector de los Archivos Sigmund Freud, especialista  en la filosofía  del derecho animal Jeffrey Moussaieff Masson, que  “Una vaca  quiere vivir, amamantar a su pequeño. Estar al aire libre en un mundo no artificial, lleno de viento, sol y naturaleza”. La vida ¡es vida! ¿a qué  tanta metafísica demagógica y trolera, tanta represión y pobreza para gobernar? 

¿Por qué el ser humano se aferra a mágicos mensajes cuando todo va mal?  Ya en la Antigua Grecia, Tales de Mileto  taxativamente descartó  la intervención divina  en “asuntos terrenales”. Hipócrates médico también de la Antigua Grecia daba a entender que “si llamaran divino  a todo lo que no entienden, realmente las cosas divinas no tendrían fin”. En la Ilíada, epopeya atribuida a Homero, Ulises, navegando de vuelta a su reino tras la batalla de Troya, a poca distancia de tierra firme, los compañeros envidiosos y recelosos (que también existe en el orbe científico), desataron el odre de los vientos alejándolos de la costa. Por su parte Empedocles, sabio jonio de la antigüedad, contra viento y marea, valga la expresión, aseveró que el aire se componía de partículas, esas que en su invisibilidad para el ojo humano transportan vida. ¡Vida!  No aniquilaciones físicas, económicas, sanitarias, medioambientales o educacionales. Pero los vientos que soplan llevan a las sociedades a reverenciar tótems humanizados, con o sin cirugía estética, a mensajes financieros, a informaciones adeptas, a poderes  que  urden  bajo  siglas  purificadas y aunque nuestro cerebro está formateado para buscar explicaciones es común aclimatarse.

“El uso de la (IA) Inteligencia Artificial nos puede ayudar” tanto en climatología  como en omnipotentes negocios donde es clave rescatar cualquier información, La proliferación de aerogeneradores ayuda a “los gestores del tiempo” a saber lo que pasa  más allá de a ras del suelo. “Tenemos que aplicar controles  de calidad”, admite el charlista, “¿qué está ocurriendo a los cien metros?”. En el espacio científico eólico se indaga en archivos “eclesiásticos, muy importantes”, “en los archivos históricos  hay series más longevas”, valiosas recopilaciones donde se recogen procesiones contra la sequía y otros rituales. ¿Qué se investigó durante la dictadura franquista? Teresa Blasco, investigadora del CSIC, vicedirectora del Instituto de Tecnología Química, sobre el conferenciante  informaría que “estudia  los vientos extremos y su implicación socioeconómica”, afirmando que “la velocidad del viento también está cambiando”. Y, si todo cambia, ¿por qué gran cantidad de humanos se aferran  al inmovilismo aplacando cualquier viento innovador? “Las incertidumbres nos mantienen vivos a los científicos”.

Fenómenos como el stlling (descenso de la velocidad del viento) impacta en la industria eólica y sus grandes molinos contra los que se estrellan mortalmente desconcertadas aves, afecta a la búsqueda de alimento por parte de los insectos, agricultura  y a los recursos  hídricos. El estudio del viento  impacta también en el tráfico aéreo donde las turbulencias pueden ser drásticas,  en las rutas migratorias de las aves, la dispersión de semillas, “si hace menos viento influye en la estratificación de los lagos “. “El Ártico se está calentando a una velocidad superior, el calentamiento global es la primera causa del stilling” que no pasa por alto los parapetos constructivos que amurallan entorno ya sea ampliando aeropuertos y puertos marítimos, favoreciendo incendios forestales -siempre con la suma de factores o de drones teledirigidos-. “El viento cambia de forma muy repentina” al igual que en política. Quien  afirmaba  eliminar cargos y salarios  ahora multiplica su feligresía.  “Cambios astronómicos  afectan a los vientos”. A partir del año dos mil diez se identifica otro fenómeno denominado reversal (aumento de la velocidad del viento). ¿La industria eólica anda hecha un lío? “Estamos elaborando un meteodron para la Comunidad Valenciana, la civilización de los meteodrones” ya ha llegado  y como en el resto de aplicaciones robóticas irá a más, es el nuevo “El Dorado”. En palabras de Azorín Molina: “Hay muchas incertidumbres de lo que va a ocurrir en este siglo”. Séneca escribiría que “Llegará una época  en la que una investigación diligente y prolongada sacará a la luz cosas que hoy están ocultas. Llegará una época en la que nuestros descendientes se asombrarán de que ignoráramos cosas que para ellos son tan clara. La naturaleza no revela sus misterios de una vez para siempre”.

Texto: Ángeles Sanmiguel

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