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¿QUÉ ESCONDE NUESTRA MENTE CUANDO NEGAMOS EL CAMBIO CLIMÁTICO?

Artículo de Greenpeace España:

… «A pesar de las fuertes lluvias que han caído en el país —hasta con granizos “del tamaño de pelotas de golf” en la capital, Canberra— Australia sigue ardiendo: la cifra de personas fallecidas ha ascendido a 29, más de mil millones de animales han muerto y la superficie afectada supera las 17,1 millones de hectáreas (dos veces el tamaño de Andalucía, aproximadamente).
El segundo mayor exportador de carbón en el mundo (de hecho está entre los principales vendedores del carbón que usamos aquí en España).


Un país con el clima y la extensión de Australia no necesita carbón, es perfecto para energías renovables como la eólica y la solar. Pero los “colegas” de la industria de los combustibles fósiles, principal causa del cambio climático en Australia, tienen demasiado poder en la política australiana y están impidiendo una transición ecológica»…

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Mis bis abuela Feliza era originaria de las tribus Het (Gentes), en la provincia de Buenos Aires, Argentina, zona de Puan, Salinas Grandes.

Feliza decía que hay tantos soles como personas, y dijo algo incomprensible hacia 1870: «No existen los recuerdos, solo arriban desde el mundo de los sueños apariencias que nos visitan», mi madre nunca olvidó esa frase, era como un acertijo familiar.

Jorge L. Borges refirió a la sustitución de recuerdos propios por los de otro. La manipulación de la memoria y la identidad son aspectos recurrentes, como en el cuento «La memoria de Shakespeare»; Blade Runner, la película de Ridley Scott basada en la novela de ciencia ficción de Philip K. Dick y su implantación de recuerdos en los replicantes; expertos de Alemania y EE UU confirmaron que lo normal e inherente a la vida humana es recordar erróneamente.

“Toda nuestra vida es un invento”, comenta Harald Welzer, y Hans Markowitsch, profesor de psicología fisiológica de la Universidad de Bielefeld afirman que “la memoria autobiográfica tiene poco que ver con el pasado».

Su hija, mi abuela Benita, nacida de un padre italiano abandónico: dejó plantada a Feliza con sus cuatro vástagos en el puerto de Buenos Aires, (mientras el barco partía ellas ya sabían que nunca más lo volverían a ver, y así fue).

Benita no hablaba, apenas intercambiamos palabras en toda mi niñez, no recuerdo su mano pasar por mi pelo o abrazarme, la entiendo.

Mi madre, Irma, rebosante de energía conversaba  tan meticulosamente que reflejabas en tu mente sus relatos, escuchabas y olías mientras las imágenes fluían, podía hacerlo por horas.

Era la heredera de Feliza.

Las dos mujeres poseían el arte de la premonición, no es ni magia ni adivinanza, ni una profecía, Godart decía que la profecía era una indulgencia del fascismo, no era eso.
Es una fina lectura de lo real, pero la realidad como una esfera oscilando en un espacio y en un tiempo circular. Algunos hablan de  «cosmogonía tribal» de los pueblos antiguos.

Yo también «veo» en la oscuridad:

El comienzo de «La última ola» es crucial para adentrarse en su tercer nivel de lectura, el más profundo: el chamán pinta en la piedra de la montaña, es decir, crea el signo que la evolución ha emprendido con el pensamiento simbólico capaz de trastocar la naturaleza, pasados un par de millones de años no había habido este intento que nos posee ahora a todos y todas, y que consiste en  intentar materializar cualquier signo que nos cae a mano en la búsqueda de dios, (o del padre, es lo mismo), o muchas cifras y números  que simbolizan el poder conservar una supuesta seguridad, (el famoso respaldo económico) encarnado sin dudas por el  fetiche del dinero.

El consumismo es el paroxismo de «creer»  que estupideces tecnológicas, artilugios que no son más que extenciones de nuestros sentidos, nos hará más felices, afortunados, o despreocupados, y eso nunca pasará.

Aceptamos con pasmosa irracionalidad que podemos manipular el mundo desde nuestro sofá, y que eso no nos traerá ninguna consecuencia personal ni colectiva.

A continuación observamos llegar un jeep y delante dos niños aborígenes, (¿será una metáfora del industrialismo que derrama 10 mil millones de toneladas de residuos globales al año, mientras tira a los pueblos originales de sus hábitats?), el abuelo percibe el peligro de lo desconocido y ordena que entren a la casa mirando un cielo muy intrigante, se oyen truenos en un día soleado en medio del desierto, él sí tiene un recuerdo latente que llamamos premonición, no sabe qué es, pero intuye que ya ha pasado antes.

Las niñas y niños blancos, descendientes  de la europa de Descartes, están fuera de la escuela, juegan hasta que uno de ellos presta atención cuando empieza a llover, a diluviar «sin nubes» comentan, ríen, gritan, retozan inocentes, (actitud propia de la humanidad hoy mismo, nadie siente miedo por lo que pueda suceder, por lo que «va a suceder» ), hasta que la maestra, el poder establecido, los hace entrar. Un chico mira por la ventana como unas cabras quedan fuera, (fuera de la protección del techo del colegio, ¿son los animales que se quemaron en el macro incendio?)

Todos vociferan entusiasmados sentados en sus bancos hasta que… algo muy fuerte golpea el techo, es granizo, es el estampido que nos devuelve a la realidad sin símbolos, de pronto  una bola de hielo rompe el cristal de la ventana hiriendo un alumno.

De ahí, de ese lugar que no supieron «leer», toda la cruel entropía de la verdad
se precipitará en forma de pánico acelerado.

Se cumplirá la curva de Séneca.

Este proceso de producción a gran escala fue iniciado en el siglo XVIII, cuando comenzó la revolución industrial, afianzado al final de la II guerra mundial, pero no será  un final, es sólo una nueva condición de nuestra especie y sub-especies de otras muchas que hubo y habrá.

¿Por qué decimos esto?

Se calcula que se han extinguido 29 civilizaciones desde la protohistoria, ninguna recordaba la anterior, ninguna sabía de la existencia de la otra.

No podemos recordar nuestra propia vida y pretendemos que personas comunes  recuperen al menos parte de otras culturas, (no lo obvio de la estatua, los jardines o las pirámides, hablamos del intrincado desarrollo de sus relaciones, sentimientos y el horror de la violencia más descarnada y cuyo patrón desaparece antes del pensamiento simbólico, no hay pruebas arqueológicas de armas de guerra antes del año 8.000)

El cerebro ha evolucionado de esta forma.

Lo sentimos, sabemos que la última ola nos alcanzará.

Es una intuición repetida:

«Cien años de soledad», de Gabriel García Márquez, termina así:

«Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra»

https://youtu.be/7tUD2ALC3Mw

La última ola, The last wave, de 1977.
Dirigido por Peter Weir
Producida por Hal y Jim McElroy
Escrito por Peter Weir Tony Morphett Petru Popescu
Protagonistas: Richard Chamberlain, Olivia Hamnett, David Gulpilil, Fred Parslow
Musica por Charles Wain
Cinematografía Russell Boyd
Editado por Max Lemon
Ayer Producciones
DISTRIBUIDO por Northal mundial (EE. UU.)
Fecha de lanzamiento
13 de diciembre de 1977 (Australia) Enero de 1979 (EE. UU.)
Tiempo de ejecución 106 minutos
País Australia, Idioma Inglés
Presupuesto A $ 818,000, equivalentes a 5.308.820 dólares australianos a 2020, o 3.273.937,30 € de hoy.

Info trasladada por Oscar Cusano

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